Como si fuese de goma, la vida se estira a veces tanto que parece romperse. Se estira mucho, mucho, hasta el punto en que dudamos sí nos iremos a la mierda cuando se rompa. A veces se rompe y todo pierde su sentido, se van las personas que quisimos, los planes de futuro, los proyectos de amor si es que el amor se puede ver como un proyecto, ese proyecto común para caminar juntos en la misma dirección.
Y cuando no se rompe, es porque la goma retrocede hacía atrás poco a poco, y va volviendo a su posición inicial hasta llegar al momento en que nos hirieron con la daga del olvido y la indiferencia. Lo que ocurre es que cuando la goma vuelve a relajarse y deja de estar tensa, nosotros ya no somos los mismos porque mientras se estiraba fuimos cambiando con cada lágrima, y fuimos madurando y haciéndonos fuertes. El dolor es un proceso que hay que vivir para que no se enquiste en los adentros, el dolor nos hace fuertes y otros, renovados y distintos. Salir de él, es como entrar en la primavera siempre nueva, resurgir como el Ave Fénix y seguir abriendo las ventanas del alma y las de casa para que entre el sol a sonreírnos. Tengo poco tiempo para escribir porque estoy viviendo, pero mis pensamientos pasean por mi mente y mis manos a veces obedecen y otras el teclado se queda mudo esperando.